Diferencias de género en la percepción y preferencia musical
Autor: Quantify Company
La música, como manifestación humana ancestral, ha acompañado a la humanidad desde tiempos prehistóricos. Restos arqueológicos hallados en Europa, como instrumentos primitivos hechos de hueso o piedra datados entre 39.000 y 60.000 años, evidencian que la producción musical precede incluso a la escritura. Sin embargo, es probable que las voces humanas hayan sido los primeros instrumentos musicales, debido a su disponibilidad natural y a su capacidad expresiva. Esta práctica milenaria ha evolucionado en complejidad, pero ha mantenido su centralidad en la vida social y emocional del ser humano.
Dentro de esta evolución, la relación entre música, percepción auditiva y género ha captado recientemente el interés de la neurociencia y las ciencias sociales. En un principio, los estudios neurocientíficos sobre el cerebro estaban centrados mayoritariamente en sujetos masculinos, bajo el argumento de que las fluctuaciones hormonales femeninas podían comprometer la validez de los resultados. Este sesgo metodológico comenzó a corregirse en años recientes, permitiendo demostrar que sí existen diferencias significativas entre los cerebros de hombres y mujeres, tanto a nivel anatómico como funcional.
La literatura especializada ha identificado que el procesamiento de estímulos auditivos, incluyendo la música, difiere entre los sexos. En mujeres, las áreas cerebrales responsables del procesamiento auditivo tienden a activarse con mayor rapidez, además de estar asociadas con una memoria declarativa más eficiente. Este conjunto de características facilita en ellas el reconocimiento ágil de melodías familiares, así como una respuesta emocional más intensa ante determinados estímulos musicales, fenómeno identificado como mayor propensión a experimentar "escalofríos" musicales o respuestas fisiológicas notables.
Estas diferencias neurofisiológicas se han visto reflejadas en estudios experimentales sobre preferencias musicales. Una investigación de 2006, por ejemplo, expuso a un grupo de hombres y mujeres jóvenes a música clásica y heavy metal, como estímulos respectivamente considerados agradables y aversivos. Los resultados indicaron que las mujeres exhibieron una mayor hipersensibilidad fisiológica frente al heavy metal, en contraste con los hombres, quienes mostraron una respuesta más neutra o indiferente.
El análisis de preferencias musicales también ha evidenciado divergencias de género. En general, los hombres tienden a favorecer estilos musicales caracterizados por ritmos agresivos, cambios rápidos y predominancia de la guitarra eléctrica y la percusión, como el blues, el rock psicodélico, el heavy metal y el rock de los años ochenta. Las mujeres, en cambio, manifiestan una inclinación hacia estilos que incorporan melodías suaves, sonidos acústicos y letras emocionalmente resonantes, como la música clásica, el pop, el soul, el jazz, el reggae y el disco de los años setenta.
Un factor adicional en la preferencia musical masculina es la influencia de la testosterona. Un estudio japonés identificó que hombres con niveles más bajos de esta hormona preferían música considerada más sofisticada —jazz y clásica—, mientras que aquellos con niveles más altos se inclinaban por el soft rock y el heavy metal. En las mujeres, por el contrario, no se encontraron correlaciones significativas entre preferencias musicales y niveles hormonales.
Este enfoque neurofisiológico se complementa con estudios empíricos sobre juventudes y música. Investigaciones realizadas en Hermosillo, Sonora, México, y en Madrid, España, revelan que, aunque hombres y mujeres comparten ciertas preferencias musicales, existen patrones diferenciados que se alinean con construcciones sociales de género. En Sonora, las mujeres mostraron mayor afinidad por la música romántica y bailable, mientras que los hombres se inclinaron por géneros vinculados a la violencia y el rock. En Madrid, se observó una mayor preferencia femenina por la música latina y de tendencias populares (como el pop y el dance), en tanto que los varones tendieron a consumir géneros asociados a estereotipos de rebeldía y masculinidad, como el rap, el rock y el trap.
En el plano discursivo, también se han identificado diferencias en la creación musical tras experiencias de daño cerebral. En un estudio donde se pidió a pacientes con traumatismo escribir canciones, los hombres tendieron a abordar temáticas relacionadas con el futuro y las adversidades personales, mientras que las mujeres enfocaron sus letras en vínculos afectivos y relaciones interpersonales. Esta evidencia sugiere que la música, incluso en contextos de daño neurológico, sigue reflejando patrones de género interiorizados.
Los estereotipos musicales asociados a género siguen permeando la cultura contemporánea, incluso en plataformas digitales. Aplicaciones como Spotify categorizan estilos musicales de manera que refuerzan patrones tradicionales, asignando etiquetas de sofisticación, rebeldía o emocionalidad que suelen alinearse con expectativas de género. Este fenómeno ha sido descrito como parte de una “cultura algorítmica” que modela las preferencias mediante patrones de consumo, perpetuando así estereotipos a través de la exposición mediática masiva.
En suma, la evidencia converge en que las diferencias de género en la percepción, emoción y preferencia musical son reales, multifactoriales y culturalmente moduladas. La música no sólo es un objeto estético o un producto de consumo; es también un medio de expresión identitaria, de construcción simbólica del género y de vinculación social, en donde lo biológico y lo cultural dialogan de manera constante y compleja.
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